El ascenso de la ultraderecha: cuando el voto popular elige a sus verdugos

La historia demuestra que las democracias, en momentos de profunda frustración ciudadana, pueden llevar al poder a figuras demagógicas. Ejemplos como la elección de Adolf Hitler en Alemania, o más recientemente de Donald Trump en Estados Unidos y Javier Milei en Argentina, ilustran este fenómeno recurrente. Estos casos muestran un patrón donde el descontento popular es capitalizado por outsiders que prometen soluciones radicales. Este voto, frecuentemente motivado por el miedo y el odio, puede tener consecuencias imprevisibles para la nación que los elige. El contexto de corrupción estatal y fracaso de las élites tradicionales crea el caldo de cultivo perfecto.

La ciudadanía, desencantada, busca salvadores que se presentan como la antítesis del sistema establecido. Líderes que, con discursos apocalípticos y promesas de grandeza, culpan a chivos expiatorios como los migrantes o el propio Estado. Su atracción reside en apelar a instintos primarios y en ofrecer soluciones simples a problemas complejos, often mediante la retórica del odio y la confrontación. Las consecuencias de estos liderazgos suelen ser la profundización de la polarización social, el deterioro de las instituciones democráticas y, en casos extremos, la comisión de crímenes contra la humanidad, como se observa con el gobierno de Netanyahu en Israel. La vacuna contra este mal es fortalecer la conciencia colectiva, la educación y exigir a los gobernantes honestidad, congruencia y un estricto cumplimiento de su mandato para restaurar la confianza perdida.