Culto a la Santa Muerte crece en México sin reconocimiento oficial

En las últimas décadas, el culto a la Santa Muerte, conocida como La Niña Blanca, ha experimentado un auge en México. Sus seguidores, que se cuentan por millones según estimaciones no oficiales, la consideran una mediadora entre lo divino y lo terrenal. A diferencia de los santos católicos, no se le atribuyen enseñanzas morales, sino que se le ve como una figura neutral capaz de otorgar favores o castigos. Altares dedicados a ella reciben ofrendas como oro, alcohol y velas, mientras los fieles oran por protección y prosperidad. Pese a su popularidad, el culto no está registrado ante la Secretaría de Gobernación, lo que limita su reconocimiento como religión formal. Enriqueta Romero, guardiana de un altar emblemático en Tepito, Ciudad de México, afirma que la fe no necesita validación oficial. La muerte y Dios son compadres, declara, reflejando la visión sincrética de sus devotos.

Aunque el movimiento se ha expandido a países como Estados Unidos y Dinamarca, la falta de estructura institucional dificulta su consolidación. Intentos previos de registrar la Santa Muerte como asociación religiosa fracasaron, en parte por vínculos con actividades delictivas. En 2005, se revocó el registro de una iglesia vinculada al culto tras descubrirse desviaciones de sus estatutos. Su líder, David Romo, fue encarcelado en 2011 por crímenes graves, manchando la reputación del movimiento. Hoy, aunque persiste la devoción en barrios como Tepito, la ausencia de representantes legítimos sigue siendo un obstáculo para su legitimación. La Santa Muerte permanece como un fenómeno espiritual en la sombra, entre la fe popular y el rechazo institucional.